Dentro de ese contexto de renacimiento del teatro europeo, la figura
teatral indiscutible en Inglaterra fue William Shakespeare. En su trayectoria
pueden distinguirse cuatro etapas. A la primera de ellas (hasta 1598
aproximadamente) pertenecen una serie de piezas juveniles en las que
Shakespeare se ciñó a las modas vigentes, adaptando los temas al gusto del
público. En este período practicó diversos géneros, desde la comedia de enredo
(La comedia de los errores) hasta la tragedia clásica de influencia senequista
(Tito Andrónico), pasando por el drama histórico (El rey Juan, Ricardo
III, Enrique IV). Otras obras de este momento inicial, como El
mercader de Venecia, La fierecilla domada, Romeo y
Julieta o El sueño de una noche de verano, marcan el inicio de una
fase de mayor creatividad.
En la segunda etapa shakesperiana, que va de 1598 a 1604, se sitúan las
piezas que suelen denominarse "obras medias", caracterizadas por un
mayor virtuosismo escénico. Entre las comedias sobresalen Las alegres
comadres de Windsor y Bien está lo que bien acaba, mientras que los
dramas Julio César, Hamlet y Otelo anuncian ya el período
siguiente, conocido como el de las grandes tragedias (1604-1608), en las que
Shakespeare bucea en los sentimientos más profundos del ser humano: la
subversión de los afectos en El rey Lear, la violenta e insensata ambición
en Macbeth y la pasión desenfrenada en Antonio y Cleopatra. La
fase final (1608-1611) brilla por su última obra maestra, La tempestad, en
la que fantasía y realidad se entremezclan ofreciendo un testimonio de
sabiduría y aceptación de la muerte.
Retrato de William Shakespeare durante su primera edición de sus obras.
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